12.08.2010

Persecución

Verde por todas partes; la sensación de vida que el color de los árboles y  el césped me da, quizá sea la característica que hace del bosque, en mi opinión, el más hermoso de los paisajes y uno de los más pacíficos. Sin embargo, en esta ocasión, el sentimiento es completamente opuesto.
El crepúsculo ilumina apenas y el aire se torna de un color purpúreo. Los verdes árboles, ahora negros, parecen las sombras de monstruos. Sus ramas, movidas por el viento, brazos que arañan el cielo como si quisieran hacerlo jirones y esparcir los retazos por la tierra.
La suave llovizna que ha caído, humedeció el suelo y el olor a tierra mojada penetra en mí con cada rápida inhalación, mientras mis piernas obligan a mis pies a ir tan rápido como jamás lo habían hecho.
Aquel paisaje que me pareció maravilloso y pasa demasiado rápido a mi lado como para poder apreciarlo, en una cuestión de segundos es ahora el escenario de mis mayores temores.
La paranoia nunca fue una característica mía, nunca. Aún así, tengo esta espantosa sensación desde esta mañana. Cuando me sentía mal, el bosque me reconfortaba, pero en esta ocasión, en cuanto apoyé un pie y la tierra húmeda se hundió bajo el peso de mi cuerpo, la fea sensación fue en aumento.
No pude aguantarla y creía que correr me haría sentir seguro; sin embargo, cuanto más corro los ruidos a mi espalda me parecen cada vez más cercanos, aquellos ruidos de la naturaleza que solían ser música para mis oídos ahora son inquietantes y la idea de que me observan es insoportable y cansadora.
Al sentir la tierra y las hojas en mi rostro seguido de un agudo dolor en mi pie y en las palmas de mis manos, comprendo que acabo de tropezar y caer fuertemente contra el suelo. Mi respiración agitada me hace dar cuenta de que estoy terriblemente cansado, pero no puedo detenerme, simplemente no puedo.
Como si hubiera sido alcanzado por un rayo, la descarga me obliga a levantarme velozmente y seguir corriendo es la única idea que está en mi cabeza.
A medida que el sol se oculta el bosque me resulta cada vez más espeso y la sensación se vuelve desesperante, como si el bosque entero; los árboles, el pasto, los arbustos; fueran quienes me observan sin descanso. Correr, correr, correr… escapar ¿Escapar? ¿Escapar de qué? No lo sé, pero algo me dice que no va a detenerse, no me dejará en paz y seguirá persiguiéndome a donde vaya.
Desconozco la razón, desconozco el motivo. Correr no va a servirme, aún así, el miedo no me da otra opción ¿Hasta cuándo dejaré de correr sin mirar atrás? Tampoco lo sé y no creo poder saberlo nunca. Quizá sea temporal, quizá sea eternamente; pero estoy seguro de una cosa: despertaré de esta pesadilla al escuchar aquel susurro estremecedor en mi oído, diciéndome: “No escaparás jamás”.

SCARLET

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