12.01.2010

La Niña de la Hamaca

 No he vuelto a la casa. No me agrada ese lugar, nunca me agradó. Ella siempre estaba allí, hamacándose silenciosamente. Nunca jugaba, nunca hablaba y jamás reía. Sólo se sentaba en la hamaca y nos miraba jugar ¿Recuerdas? Lo hacía con esos ojos negros, grandes y penetrantes. La recuerdo muy bien ¿Y tú? Es muy posible que no, de todas maneras ha sucedido hace mucho tiempo. Su cabello negro y lacio le llegaba hasta la cintura, nunca se lo ataba, o a lo sumo con alguna cinta a manera de vincha. Su vestido negro con cuello y puntillas blancas, y negros zapatos de charol. Su piel era blanca, perfecta; aparentemente jamás se había golpeado, raspado o lastimado de ninguna manera.
 ¿Recuerdas esa vez que le preguntaste si quería jugar? Seguro ,recuerdas. ¿Quién olvidaría ese “no” rotundo y frío? ¿Quién olvidaría esa voz que no reflejaba ninguna clase de sentimiento aparente? ¿Quién olvidaría el vaivén de la hamaca donde se sentó? ¿Quién olvidaría cómo nos miró, distante y silenciosa como lo hacía todas las tardes después del colegio? Sí, seguramente lo recuerdas. Nos fuimos bastante ofendidos y enojados con ella y salimos del jardín donde la hamaca se encontraba. Cruzamos la pequeña calle y fuimos al terreno baldío donde la pandilla nos esperaba para jugar como todas las tardes, al igual ella que nos observaba desde enfrente, sentada, hamacándose en silencio.
Su padre, tan parecido a su hija, frío, era muy conocido en el barrio. Su madre, nadie la había visto ni se sabía de ella, nadie excepto tú y yo. Lo recuerdo bien, fue por pura casualidad que la conocimos, tan pálida como el papel y tan enferma que casi ni pararse podía; estaba sentada en la hamaca, como tantas tardes lo había hecho su hija. ¿Para qué te lo cuento si tú estabas allí conmigo? Incluso fuiste tú mismo quien le preguntó si era su madre. Seguro lo recuerdas… ¿Quién olvidaría su “sí” tan cálido y dulce? ¿Quién olvidaría sus ojos llenos de ternura y vitalidad a pesar de su enfermedad? Sí, seguramente recuerdas, no se le parecía en nada a aquella niña.
La casa del jardincito siempre me pareció oscura, sombría, lúgubre, muy tétrica. Pero lo que más temor infundía en mi, era esa niña sentada hamacándose. ¿Recuerdas que nadie se animaba a pasar por allí? Ahora, incluso después de tantos años, no sé si me animaría a pasar cerca de ella. Probablemente tú sabes el resto mejor que yo, al día siguiente de nuestro encuentro con la madre yo me mudaba junto con mis padres a la capital.
Hace bastante poco me enteré que la familia ya no vive allí , que su madre falleció y luego de unos días la pequeña también. Nunca nadie supo realmente lo que ocurrió con esa familia. El padre, dicen que desapareció, otros que también murió. Ahora que lo pienso, debió haber sido muy triste para la niña, quizá la enfermedad de su madre era la causa de su actitud silenciosa, fría y distante, quizá no tenía confianza y valor suficientes para afrontar los problemas sola, quizá incluso ni siquiera pasaba mucho tiempo con ella Por su enfermedad.
La casa ha quedado deshabitada ¿Cierto? Eso creí ¿Y qué ocurrió con la hamaca? Sí, también eso fue lo que me dijeron: la quitaron. Cuando la niña murió, comenzó a moverse sola.


SCARLET

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