Es temprano en la mañana, sentada en el zócalo de la ventana
de mi cuarto, un cigarrillo en la boca, escribiendo. El aire es frío y la mañana,
clara. Parece que esto de no dormir en toda la noche se me está haciendo
hábito. La taza sigue a mi lado, con los últimos restos de café con canela. Me
gusta esta hora, es tranquila. Todavía no hay muchos autos en las calles, es
domingo y no hay gente, sólo el vagabundo de la esquina parece despierto; con
su bolsa a cuestas y su gorra en la cabeza, camina lentamente por la vereda.
Yo misma sé que soy una persona bastante depresiva, por no
decir mucho, pero eso no quiere decir que no tenga momentos de infinita
felicidad. No soy muy exquisita, sólo me mantengo alegre con unos pocos
pequeños placeres de la vida, como entrar a una librería y perderme en las
estanterías, leyendo cada título y oliendo el dulce aroma del papel impreso. Ya
sean libros viejos o nuevos, ambos son exquisitos. Ir al jardín botánico es
otra de las pequeñas cosas que me gusta hacer: caminar por los pequeños caminos
que casi nadie toma, sentarme bajo los árboles y sentir el aire puro, sentir
que puedo respirar aún estando en plena ciudad. Leer un buen libro, ver una
buena película, tomar un café con amigos, caminar por horas sin rumbo ni
dirección, caminar bajo la lluvia, cuidar las plantas de mi jardín, tomar una taza de té, escuchar
música y bailar sin motivo, ir a conciertos, dibujar algo que me guste o pintar algún paisaje,
prender acites y sahumerios para relajarme… Sentarme en el zócalo de mi ventana,
temprano en la mañana, con una buena taza de café con chocolate o canela y
sentir que el aire frío de afuera se mezcla con el olor humeante que emana de
la taza. Aspirar hondo y dejar que la mezcla inunde mis sentidos mientras, con
los ojos cerrados, saboreo lentamente el dulce brebaje caliente.
Todas estas pequeñas cosas pueden parecer ridículas para algunos,
pero para mí, son lo que me ata a la cordura, lo que me trae de vuelta. Cuando
estoy mal y me siento invadida por la tristeza y la desesperanza, todo lo que
tengo que hacer es recordar cómo puedo sentirme si así lo quiero. Puedo
recordar esas pequeñas cosas que me hacen feliz y que también traen consigo
otros recuerdos felices como la familia y los amigos.
Alguien dijo una vez que la importancia está en los
detalles, y es cierto. En la vida, uno siempre tiene más momentos tristes que
alegres, por eso debemos hacer que los buenos momentos, por más pequeños que
sean, valgan la pena, para que al final podamos volver a incorporarnos y seguir
adelante para recolectar más memorias felices.
Scarlet.
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