4.07.2013
Aquellas pequeñas cosas
Es temprano en la mañana, sentada en el zócalo de la ventana
de mi cuarto, un cigarrillo en la boca, escribiendo. El aire es frío y la mañana,
clara. Parece que esto de no dormir en toda la noche se me está haciendo
hábito. La taza sigue a mi lado, con los últimos restos de café con canela. Me
gusta esta hora, es tranquila. Todavía no hay muchos autos en las calles, es
domingo y no hay gente, sólo el vagabundo de la esquina parece despierto; con
su bolsa a cuestas y su gorra en la cabeza, camina lentamente por la vereda.
Yo misma sé que soy una persona bastante depresiva, por no
decir mucho, pero eso no quiere decir que no tenga momentos de infinita
felicidad. No soy muy exquisita, sólo me mantengo alegre con unos pocos
pequeños placeres de la vida, como entrar a una librería y perderme en las
estanterías, leyendo cada título y oliendo el dulce aroma del papel impreso. Ya
sean libros viejos o nuevos, ambos son exquisitos. Ir al jardín botánico es
otra de las pequeñas cosas que me gusta hacer: caminar por los pequeños caminos
que casi nadie toma, sentarme bajo los árboles y sentir el aire puro, sentir
que puedo respirar aún estando en plena ciudad. Leer un buen libro, ver una
buena película, tomar un café con amigos, caminar por horas sin rumbo ni
dirección, caminar bajo la lluvia, cuidar las plantas de mi jardín, tomar una taza de té, escuchar
música y bailar sin motivo, ir a conciertos, dibujar algo que me guste o pintar algún paisaje,
prender acites y sahumerios para relajarme… Sentarme en el zócalo de mi ventana,
temprano en la mañana, con una buena taza de café con chocolate o canela y
sentir que el aire frío de afuera se mezcla con el olor humeante que emana de
la taza. Aspirar hondo y dejar que la mezcla inunde mis sentidos mientras, con
los ojos cerrados, saboreo lentamente el dulce brebaje caliente.
Todas estas pequeñas cosas pueden parecer ridículas para algunos,
pero para mí, son lo que me ata a la cordura, lo que me trae de vuelta. Cuando
estoy mal y me siento invadida por la tristeza y la desesperanza, todo lo que
tengo que hacer es recordar cómo puedo sentirme si así lo quiero. Puedo
recordar esas pequeñas cosas que me hacen feliz y que también traen consigo
otros recuerdos felices como la familia y los amigos.
Alguien dijo una vez que la importancia está en los
detalles, y es cierto. En la vida, uno siempre tiene más momentos tristes que
alegres, por eso debemos hacer que los buenos momentos, por más pequeños que
sean, valgan la pena, para que al final podamos volver a incorporarnos y seguir
adelante para recolectar más memorias felices.
Scarlet.
4.01.2013
Un poco más sobre mí
La cantidad de veces que me he quedado mirando la hoja en
blanco por un montón de tiempo sin saber qué escribir… aunque estaría mintiendo porque en realidad
siempre sé qué escribir, el problema no es el qué, sino el cómo. ¿Cómo empezar?
Hay tantas cosas dentro de mí que quieren salir; tantas palabras sin decir,
tantas cosas sin hacer, tantos sentimientos ocultos… entonces está esta hoja en
blanco en frente y las palabras se amontonan en mi cabeza y me abruman. Trato
de ordenarlas y ubicarlas en el lugar correcto, pero no estoy segura de hacerlo
bien. Quiero hacerlo bien, porque así la gente puede entender y si puede
entender entonces eso significaría que no estoy tan loca, porque lo que pienso
tiene sentido para otros. Pero siempre está el miedo. El miedo a no ser
comprendido correctamente y no ser aceptado finalmente porque, enfrentémoslo,
todos decimos: “¿Qué importa lo que el resto piense?”, pero la realidad es que nos
afecta y mucho. Nadie quiere estar solo, nadie quiere sentirse solo y todos
quieren tener a alguien que les diga que aunque estén locos, crean lo que
crean, hagan lo que hagan y se vean como se vean, los quieren. No es como si yo no tuviera a nadie, no se
trata de eso porque tengo una hermosa familia y muy buenos amigos, pero siento
que soy deshonesta con todos hasta con migo misma, porque no digo lo que
pienso. A ver si puedo aclararlo: Puedo dar un consejo y ser sincera al cien
por ciento, puedo dar mi opinión sobre cualquier tema con honestidad y a veces,
incluso, demasiada honestidad; el problema soy yo. Sobre lo que no puedo ser
honesta es sobre mí y cómo me siento. No sé cómo abrirme con mi familia y
muchas veces tampoco sé cómo hacerlo con mis amigos. Puedo estar deprimida
hasta el cuello y nadie va a darse cuenta porque no puedo expresarlo. Siento
que cada vez que doy un paso adelante, doy tres para atrás: cuando finalmente les
puedo decir a mis amigos que algo me pasa, la próxima vez voy a esmerarme
todavía más porque nadie se dé cuenta y es así siempre. Por eso escribo y amo
hacerlo; me da la posibilidad de decir las cosas que por otros medios no podría
y al mismo tiempo me sirve para entenderme a mí misma. Con los años, siempre
puedo releer mis escritos y comprenderme un poco más. Leer lo que escribo es
como hablar conmigo misma, es como decirme: “¡Hey! Esta sos vos, esto es lo que
pensás y está bien. No te asustes, vas a poder con todo, vas a poder salir de
esta porque ya lo pasaste y lo hiciste.”
Entonces, no importa si empiezo con una hoja en blanco y me quedo en
frente sin escribir nada por horas, porque al final, siempre termino
encontrando la forma de ordenar las palabras y sacarme un peso de encima.
Scarlet.
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