No me importó que mi madre me mirara con desaprobación. Tampoco que mi prima me dijera que estaba loca, como si no lo supiera. No me importó que la lluvia fuera cada vez más fuerte ni que los truenos fueran cada vez más seguidos. En ese momento me sentí mejor de lo que me hubiera sentido si me hubiese quedado sentada adentro, detrás de la ventana, simplemente observando; como lo habría hecho cualquiera. No, yo necesitaba estar ahí, sintiendo las gotas chocar contra mi piel, sentir cómo resbalaban por ella y finalmente caían al suelo con un ruidito sordo.
Cerré mis ojos y comencé a escuchar ese dichoso golpeteo compuesto por millones de pequeñas gotas al tocar el suelo del patio. Estaba empapada de pies a cabeza, pero ¿qué importaba? yo disfrutaba cada segundo y saboreaba el aire perfumado a hierba húmeda. Aún bien cerrados los ojos, eché mi cabeza hacia atrás y estiré mis brazos hacia el blanco e infinito cielo. Las gotas repiqueteaban sobre mi cara y una tímida sonrisa fue discurriendo por mis facciones hasta dibujarse finalmente en mi boca. Saboree las dulces lágrimas del firmamento y sin temor, abrí los ojos, permitiendo que el agua los recorriera en toda su superficie. No me lastimaba, ni siquiera dolía; sólo limpiaba, purificaba.
Devolviendo a mi cabeza su posición original, miré hacia el fondo del jardín. El césped era de un verde brillante y los árboles no eran menos. No traía puestos los anteojos, pero veía como nunca había visto, tan claro y resplandeciente, que pensé que me había quedado dormida y eso era sólo un hermoso sueño del cual no quería despertar.
La voz de mi madre me trajo de vuelta. El hechizo se rompió, del sueño había despertado, pero todavía había magia en el aire. Di media vuelta y entré, con la esperanza de que el encanto permaneciera allí, para revivirlo la próxima vez que pudiera estar bajo la lluvia.
Scarlet
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