Había una creencia en el barrio de Banfield y era que el señor Tarditi usaba peluquín. Nadie lo había visto fuera de lugar, pero todos pensaban lo mismo: no podía haber ninguna duda de que ese cabello castaño y extrañamente brillante debía tratarse de la prueba fehaciente de que el señor no deseaba asumir la caída del pelo propio. Por esa razón, y ésa razón sola, cuando la señora Ana y la señora Beatriz salieron esa mañana a la puerta a barrer la vereda y vieron asomarse por una bolsa negra de basura sobre el cordón, apoyada contra el poste frente a la casa del señor Tarditi, una porción de ese pelo castaño y extrañamente brillante, asumieron naturalmente que se trataba del infame peluquín del cual al fin su dueño había decidido deshacerse.
- Ya era hora de que tirara esa cosa a la basura.
- Estoy completamente de acuerdo. Era realmente fea.
- Sí, sí, mirala... horrible.
- ¿A quién quería engañar? Porque era imposible no darse cuenta de que no era su cabello.
- Y vió, hay gente que no quiere asumir ciertas cosas y enfrentar la realidad. El pobre debía tener un complejo muy fuerte.
Así continuaron ambas señoras un rato hasta que se cansaron del tema y pasaron a otro, y luego a otro más. Mientras tanto, el auto de la familia González pasaba frente a ellas y frente a la bolsa de basura.
- ¡Mirá, papá! - exclamó Marianita, la menor, mientras se asomaba por la ventanilla - ¡Es el peluquín del señor Tarditi!
- ¡Uy, sí! - notó su madre, que iba en el asiento del copiloto - Parece que el señor Tarditi al fin decidió admitir su pelada.
- Menos mal - adimitió el señor González - Cada vez que uno lo veía pasar, no podía sacarle los ojos de encima. Era realmente distrayente.
- ¡Era graciosísimo! - rió divertido el hermano de Marianita.
- ¡Facundo! ¿Cuántas veces te tengo que decir que no me gusta que te burles de la gente? El pobre hombre debía estar muy acomplejado.
- ¿Qué es "acomplejado", ma? - preguntó la niña. Luego del primer intento de su madre, le siguieron varias definiciones más hasta que Marianita pudo entender esa y algunas otras palabras durante el viaje, pero del cabello, o falta de, del señor Tarditi, no se volvió a hablar.
Demás estaría decir que la noticia se esparció por todo Banfield en el transcurso de la mañana ya que el peluquín era muy reconocido por todos. Montones de teorías circulaban y todos parecían tener su propia idea de porqué el señor había dejado de usar ese pelo postizo. Al final del día, no había una sola persona que no hubeira comentado al respecto. Lo que a nadie pareció extrañarle, fue que el rutinario señor Tarditi no había sido visto durante todo ese día. Parecía que era tan común la idea en el imaginario colectivo de su pelada, que nadie necesitaba verla con sus propios ojos. Era como si siempre hubiesen sabido cómo se veía sin nada que la cubriera.
El señor Tarditi era un hombre solitario. No hablaba con nadie salvo que necesitara algo, pero no era grosero, simplemente poco sociable. nadie sabía nada sobre él, ni si tenía familia o amigos, ni a qué se dedicaba. La verdad es que nadie se había molestado en conocerlo ni le importaba mucho, ni siquiera los más chusmas del barrio. A todos les daba la impresión de que se trataba sin dudas de un hombre muy aburrido. Muy aburrido y con ese peluquín característico. Sin embargo, había un secreto que cualquiera habría podido saber si hubiera intentado conocer al pobre señor Tarditi aunque sea un poco, y es que su pelo era naturalmente castaño y extrañamente brillante, el pelo jamás se le había caído. Si la bolsa hubiera estado rota, quizá el basurero cuando pasó y se la llevó esa misma noche habría notado el goteo del líquido rojo que se coagulaba dentro. Pero la bolsa estaba intacta, y nadie lo notó, así como tampoco nadie notó que el cabello que asomaba, no se trataba de ningún peluquín.