“Las Vírgenes suicidas” (Virgin Suicides, 1999) es la primera película realizada por Sofia Coppola.
Esta película, es el recuerdo de un grupo de adultos que intentan resolver el misterio que para ellos supuso en su adolescencia, el suicidio de cinco rubias y guapas hermanas del barrio. A través de documentos que guardaron como tesoros, objetos de aquellas chicas a las que adoraban desde la distancia y entrevistas a personas que estuvieron en contacto con ellas, se va desarrollando la historia que uno de ellos nos narra. La fotografía brillante, la música envolvente de Air y Richard Beggs y el ritmo pausado de la película, son herramientas que crean la atmósfera ensoñadora e hipnótica que acompaña al recuerdo.
El barrio en el que viven las chicas Lisbon es el típico barrio suburbano acomodado de una ciudad norteamericana. Los vecinos juegan al tenis vistiendo esa ropa blanca de estilo Fred Perry. Las mujeres se ocupan de la casa y llevan limonada a sus hijos que intentan encestar en esas canastas que hay sobre el garaje, mientras esperan a que sus padres dejen el tenis para preparar una barbacoa.
Las rubias hermanas son hijas del profesor de matemáticas del instituto. James Woods interpreta al señor Lisbon, amable y bonachón cuya personalidad aparece aniquilada por el agrio carácter de su mujer, una beata y dominante Kathleen Turner en las antípodas de sus papeles de sex symbol de los 80. La señora Lisbon encierra a sus hijas en su casa de muñecas particular. Una cárcel psicológica en tonos pastel y llena de juguetes que simbolizan su sentencia: la imposibilidad de madurar libremente.
El suicidio parece ser la única escapatoria a un estilo de vida impuesto por una sociedad hipócrita y ultraconservadora. Por un lado, su madre las quiere conservar como esas muñecas que las rodean. Por otro, la sociedad espera de ellas unas futuras amas de casa, madres perfectas y abnegadas esposas (seguramente su destino sería similar al de la Betty Draper de “Mad Men”. Y constantemente felices, por supuesto, protagonistas de ese sueño americano que así lo exige, aunque sea un imposible. Por último, los chicos que las admiran quisieron ser sus príncipes de cuento cuando en realidad lo que necesitaban era ayuda real. Ciegos en su propio deseo, no se percataron de la desesperación de unas chicas a las que, en realidad, nunca conocieron.

Por último, decir que “Las Vírgenes Suicidas” no es sólo una sucesión de esteticistas secuencias. A través de un ensoñador poema, Sofia Coppola nos muestra una sociedad disfuncional en que una persona a duras penas alcanzará la madurez emocional. Y sospechosamente, esa sociedad se nos hace inquietantemente cercana.
Análisis original sacado de la página "Viajes extraordinarios": Aquí